Nadie vio las alas de la casa. Nadie más. Crecieron en la oscuridad como figuras de humo, de nube, no sé... se estiraron en el aire previo al amanecer, en la noche muda, en el inmóvil minuto de abismal conciencia. Se volvieron formas feroces, formas sin nombre. La rodearon como un manto, devoraron el paisaje de sus ventanas, se asieron, se... asieron a ella.
Las alas de la casa fueron bellas, no puedo imaginar que sea de otra manera. No han sabido el Blanco ni aun otro concepto semejante, pero nacieron de los sueños más hondos y se extendieron como alfombras de agua; salvaron las ventanas y florecieron al cielo turbio. Fueron bellas, sí, casi puedo verlas, criaturas de mullida oscuridad por poco rozando nuestros cuerpos dormidos.
Nadie abrió los ojos, ni siquiera viró un brazo para tocarlas (la existencia no se atrevía a asomarse a ellas), pero yo sé que estuvieron, porque he encontrado retazos de sus silencios deshilachados entre las páginas de un libro viejo. Las he visto ahí, como si ya hubiese sabido que estaban, que las necesitaba para perderme en carcajadas demenciales.
No sé si hay un número de minutos que describa el espacio congelado, inmóvil de terror y fascinación, en que ellas desplegaron su ser como existencia ambigua, mimética ante los sentidos. Sólo recuerdo, como si también hubiese estado soñando, que al despertar el jardín estaba cubierto de aguas negras, y que supimos al instante que reflejarnos en ellas significaría regalar el alma. Nadie habló nunca del asunto, pero yo... yo aun me pregunto si acaso se desvanecieron en el aire, si volverán, si algún par de ojos es capaz de verlas en las noches inmóviles.
(26/6/2006 Madrugada)
26.6.06
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