Suspiré, y el corazón se hundió profundo en el hoyo que me habita el pecho. Sospecho, lo que cayó las otras veces fueron los deseos, porque uno a uno, fueron vaciando las alforjas. Por ello ya no sé suspirar. Por ello no tengo razones de arrancarme la piel. No quiero. No quiero nada.
Después de la lluvia, la soledad no supo tan mal. De vez en cuando, como un autómata, repito la que he sido y los recuerdos me llevan a llorar por razones moribundas. Pero es sólo un desfile de posibles presentes que se alternan para no dejar que me aburra.
Las manos, mientras tanto, han vuelto aquí a mi lado. Dejan que yo murmure el gris, mientras ellas corren de un lado a otro cortando las flores sin motivo. No puedo hacerlas callar. Al fin y al cabo, la Gran Máquina Silencio funciona con todos esos pétalos muertos, y quién soy yo para pisar al mundo y recordarle que soy su Dios.
No hay que preocuparse. El día que pesa en los párpados hace que pueda escribir de vacío a vacío, no esperar ya corazones nuevos. Si de todos modos mis huesos antiquísimos no podían ya sostener las alforjas llenas. Así que pueden irse, yo voy a estar bien.
(3 de Septiembre)
5.9.06
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Siempre vengo a leerte, pero en este momento no tengo deseos de hacer comentarios... a nadie. Se me pasará. Por lo pronto: Me gustó mucho este, la imagen del hoyo y al idea del abandono. Creo que tengo un poquito de eso también, pero no puedo explicarlo. Soy el tonto, recuerdas?. Nos vemos.
Manuel, sos extraño.
Si no querés comentar esto, te entiendo, simplemente no lo hagas.
Mientras tanto, espero aquí escondida. Saludos.
Publicar un comentario