Pocas cosas se parecen tanto a mí como los ángeles.
No es casual: ellos se esconden, se disfrazan de espacios superfluos y espían el cómo de mi andar acuático. Ellos ven, me copian en las cosas amables: la taza blanca, las medias azules y la sonrisa fugaz.
A mí, como a cualquier chica, me gusta que me vean los ángeles. Así que practico por las tardes la danza heterogénea de mis días. Es muy difícil de recordar, porque es tan larga como los días que faltan. Además, siempre termino despeinada, llorosa, con los pies sangrados. Pero todo sea por los ángeles y sus alas magníficas de cabello blanco.
Los he visto desde el espejo: por las noches, roban mi gorrito gris, la remera violeta, y se visten, y se ríen, y son como niños y como yo si fuera un ángel. Por eso digo que hay pocas cosas que se parecen tanto a mí.
Al fin, ellos también tienen que dibujar sus formas sobre el agua si quieren que alguien los note.
(28/8/06)
28.8.06
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