Es de
noche.
Volví a ver el camino de montaña
que habita mis sueños.
Espera ahí
en sonora y vibrante calma
latiéndome adentro como un hijo antiguo.
¿Por qué elegiste llamarme a mí
que paso mis días en esta ciudad hundida
empujando a un niño en su hamaca?
¿Acaso no es la misma voz
con la que decías “¡No entres!”
y me clavabas tus ojos de piedra en la nuca
cuando mordía tus umbrales?
Es de noche.
El niño llora, pide por su hamaca.
Y por el rabillo del ojo la veo a ella
la boca del camino
que respira y me llama
desde el umbral del sueño.